Famaillá: donde la empanada es reina y el pueblo, su corte

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Si cerrás los ojos y pensás en septiembre en Tucumán, vas a sentir un aire tibio, cargado de aromas que se mezclan sin pedir permiso: cebolla dorándose, pimentón que perfuma, masa que se estira sobre la mesa. Y en el corazón de todo, Famaillá, un pueblo que cada año se transforma en la capital de una fiesta que no se vive… se saborea: la Fiesta Nacional de la Empanada.


Es imposible llegar y no sentirse parte. Apenas pisás el predio, las familias te reciben como si te conocieran de toda la vida. Hay chicos corriendo entre los puestos, viejos amigos saludándose con un abrazo fuerte y esa música de fondo que te mueve el pie sin que te des cuenta.


Cómo empezó todo

Hace décadas, las mujeres del pueblo —conocidas por sus empanadas— empezaron a venderlas en la calle, sobre tablones improvisados, mientras los vecinos charlaban y compartían vino. Con el tiempo, aquello dejó de ser solo un encuentro de domingo y se convirtió en una fiesta que hoy convoca a miles de personas de todo el país.

Desde 1979, Famaillá se viste de fiesta cada septiembre: los hornos de barro se multiplican, los delantales blancos se llenan de harina y las manos expertas comienzan a repulgar con la precisión de quien heredó el oficio.


Lo que se vive de día

Durante el día, la plaza y el predio son un desfile de aromas y colores. Hay cocineras que trabajan con velocidad asombrosa: cortan la carne a cuchillo, revuelven el relleno humeante y lo acomodan con delicadeza en cada disco de masa.
En las mesas largas, familias enteras comparten empanadas y anécdotas. Entre bocado y bocado, alguien saca una guitarra, otro arranca con un baile y la fiesta se arma sola.


Lo que pasa de noche

Cuando el sol se esconde, el aire se llena de música. El escenario se ilumina y empiezan a sonar zambas, chacareras y hasta algún tema moderno que hace bailar a todos. Los puestos siguen trabajando: las empanadas salen más rápido que nunca, doradas, jugosas, con ese perfume que se mete en la ropa y en la memoria.
Hay algo mágico en comer una empanada caliente con las estrellas sobre la cabeza, escuchando un bombo que late como el corazón del pueblo.


El gran momento

El instante más esperado es cuando se anuncia a la Campeona Nacional de la Empanada. El jurado prueba, observa, huele… y el silencio es total. Cuando dicen el nombre, las lágrimas y los aplausos se mezclan. La ganadora suele dedicarlo a su familia, a su madre o a alguna abuela que le enseñó “el secreto” —que siempre, siempre, es el amor que se le pone a la cocina.


Por qué tenés que vivirlo

La fiesta no es solo para comer —aunque si vas con hambre, vas a ser feliz—, es para sentirte parte de algo más grande: una comunidad que abre sus brazos y te hace lugar en su mesa.
De día o de noche, con amigos o en familia, en Famaillá la empanada no se vende: se comparte. Y cuando te vas, te queda ese sabor que no se olvida, y la promesa silenciosa de volver el año siguiente.


 

Dónde y cuándo?

 


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